lunes, 30 de enero de 2012

Del Olvido que seremos


Escribir, redescubrir y describir la figura paterna fue la tarea que llevó a cabo Héctor Abad Faciolince en su libro El olvido que seremos. La tarea se complicó cuando el principal protagonista, su padre, el médico Héctor Abad Gómez, tuvo como principal característica el ser un hombre bueno, admirable, solidario y, en opinión del propio autor, casi mesiánico. Describir a alguien bueno (y más si se refiere al amado padre) es una tarea titánica de la cual Faciolince sale bien librado.

La melosería y la cursilería son escollos que acompañan el camino que transita el libro; una cornisa que se vuelve peligrosa y de la cual el lector puede caer fácilmente al descubrirse agotado por tal fanatismo que profesa quien escribe sobre la memoria de su padre. Pero Abad Faciolince lo hace de una manera sobresaliente; sobria y moderada, la historia logra incluso hacer sentir al lector identificado con sus propios recuerdos. Abad Gómez es en muchos pasajes del libro el padre de todos los que, al leer, lo estamos conociendo.

El olvido que seremos es “un homenaje a la memoria y a la vida de un buen padre”, como lo dice el autor en las páginas finales del libro. Un memorial sin agravios que sin seguir un orden estrictamente cronológico, relata los recuerdos más profundos y sinceros de un hombre que se veía a sí mismo reflejado en la figura de su padre; un hombre que creció rodeado de mujeres, en el marco de la tradición paisa y bajo la constante amenaza de una religión que promovía el temor a Dios; un hombre que veía a su padre, liberal, intelectual y ateo, como un oasis en medio de ese gran desierto de conservatismo recalcitrante.

Del niño mimado que ama por sobre todas las cosas a su padre, al joven que crece admirándolo y aprendiendo todo lo que sabe de él, hasta llegar al adulto que, al verse tan apegado a esa figura paterna, decide irse a otro país para desligarse de esa sombra y así poder por fin vivir una vida propia. Este camino, esta relación de padre e hijo, lo recorre el libro página por página; un vínculo que incluía una historia familiar que no siempre fue fácil y que osciló entre la felicidad y la tragedia, como una moneda que giraba mostrando sus dos rostros y que se negaba a caer.

La muerte y el olvido son lugares comunes en el libro y dotan de un tono lúgubre todas sus líneas. Al fin y al cabo, fue la muerte del propio padre y el temor a que su figura quedara en el olvido, lo que llevó a Abad Faciolince a escribir estas memorias, en un intento por grabar en la historia el recuerdo de su padre y su eterno amor a él. Pero no solo el deceso de Abad Gómez es retratado en el texto. También, y de una manera más sentida, está la descripción de la dolorosa, penosa y larga enfermedad y muerte de su hermana mayor, Martha, quien era la alegría de la familia, la admiración de propios y extraños y la más querida por sus padres y hermanos. Con la muerte de Martha la vida de todos cambió. La gran tragedia es descrita crudamente por el autor como la primera vez que la tristeza tocó a la puerta de su casa, para nunca más irse. Y en medio de tanto dolor, la repartición de culpas, los lamentos y los disgustos, alteraron para siempre la vida de la casa Abad Faciolince.

Luego de la muerte de su hija, la vida del doctor Abad no volvió nunca a ser igual. La impotencia y la desolación que sintió al ver morir a su hija mayor por un cáncer que fue invencible, incluso después de ser tratado por los mejores especialistas del mundo, hizo que su propia vida perdiera el sentido que hasta ese día había tenido. Durante los años siguientes trató de seguir siendo el padre amoroso y el esposo cariñoso que siempre fue, sin un total éxito. Sumido en una profunda melancolía, al papá de los Abad Faciolince terminó la crianza de sus hijos y por fin, pudo dar rienda suelta a lo que sería su última gran batalla: la defensa de los derechos humanos. Ya no había nada que lo atara; sentía que su deber como padre había concluido. Era el momento de luchar por los que no tenían voz, por las víctimas de un país que en esos años (las década de los 70 y 80) torturaba, desaparecía y mataba diariamente a quienes pensaban diferente. Como médico, el doctor Abad trabajó siempre en la prevención como base de la salud pública, que evitara enfermedades en vez de curarlas; como promotor y defensor de los derechos humanos, denunció desde los micrófonos de las emisoras y desde las páginas de opinión de los periódicos a los responsables de los atropellos que sufrían todos los que se atrevían a trabajar por un mejor país desde la disidencia pacifica. Al final, la historia del libro refleja lo que fue (y todavía es) la historia de muchos colombianos. Es un caso representativo de alguien que prefirió cambiar al país, no desde las armas, sino desde la resistencia pacifica. La lucha por una sociedad más justa fue el sueño que se llevó a Héctor Abad Gómez. En el fondo, él sabía que lo iban a matar y estaba preparado; “Yo no quiero que me maten, ni de riesgos, pero tal vez esa no sea la peor de las muertes; e incluso, si me matan, puede que sirva para algo” dijo alguna vez entre risas. Y lo mataron. Será difícil saber si su muerte sirvió para algo o no; aparte de la indignación, rabia e inmensa tristeza que produjo en su familia y en la ciudad su deceso, las cosas no han cambiado mucho en comparación a lo que fueron esos años, pues Colombia sigue siendo ese lugar en donde se amenaza y mata a quien piense diferente y trabaje para cambiar el status quo dominante.

Si para algo sirvió esta tragedia fue para sensibilizar al autor y, después de varios años, para llevarlo a escribir con su propia mano la historia de su familia; en especial la de su padre, a quien el olvido le estaba arrebatando de su memoria esa figura que ahora será eterna.




Al fin y al cabo es el olvido el lugar que a todos nos espera. Se dice que uno no muere mientras se le recuerde, pero todo, absolutamente todo, está condenado al olvido. El tiempo todo lo devora, hasta los recuerdos más profundos que son los que más tardan en partir. Entonces está el papel, que en palabras de García Márquez es la mejor memoria; y este libro así lo ratifica: una historia de un hombre bueno que partió hace algunos años y que, gracias a estas líneas, vuelve a existir en la mente de quienes lo leemos e imaginamos.

2 comentarios:

  1. Que buena crítica has realizado del libro. Escribes muy bien.

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  2. Amo la resistencia pacífica,ha sido mi esencia , mi ayer, mi hoy y mi mañana. Recordé la muerte del Angel de nuestra familia, mi hermana mayor que cambió profundamente nuestras vidas, volviéndolas lúgubres y solitarias y ahora más sin mi amado papá, el mejor que ha pisado ésta tierra..y tú mi monito , lo sabes Hilda

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